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Espartaco por Howard Fast

Publicado: 2012-05-14

Hace un par de meses apareció en el diario El Comercio un desafortunado artículo de Diego de La Torre a través del cual se criticaba a César Vallejo por crear una obra dedicada al pesimismo que sería perjudicial para la autoestima de los peruanos, quienes deben mirar con optimismo el siglo XXI. Supongo que los franceses no sufrieron un descalabro emocional al leer “Los miserables”de Víctor Hugo ni los italianos deben haber cambiado su euforia habitual por leer al “Gatopardo”de Giusseppe di Lampedusa. Mario Vargas Llosa no ha sido considerado un criminal derrotista por la famosa frase de Zavalita en “Conversaciones en la Catedral”. ¿Cuándo se jodió el Perú? No lo se. Pero tengo la impresión que se jode cada vez que los peruanos nos solazamos en la nimiedad de una prosperidad que depende del alza de los minerales y que puede ser tan falaz como el guano, el caucho, la pesca, etc.

HOWARD FAST. Espartaco. Madrid: Diario El País. 2003. Traducción: Leonardo Domingo.447 p.

Peor aún, por consideraciones mezquinas el gobierno aprista no fue profuso en celebraciones a José María Arguedas, omitiendo mencionarlo siquiera en la denominación del año 2011 (que correspondía a su centenario). Similar situación hubiera pasado con César Vallejo a no ser por un doodle (imagen del buscador Google de Internet) que rescató en la memoria de los peruanos el orgullo por el autor de grandes poemarios (Trilce, Poemas Humanos, etc.), incómodos cuentos (Paco Yunque, El Tungsteno), artículos periodísticos y obras teatrales (como Lock Out).

Supongo que muchos quisieran que la literatura sea como los cuentos de hadas, con su ingenuo final feliz. No obstante, mucho de la mejor literatura es creada por hombres disconformes con las grandes miserias de su tiempo y de su condición humana. El malentendido es considerarlos una banda de pesimistas volterianos, en vez de personas comprometidas con su tiempo y valores que escribían movidos por una severa discrepancia con su realidad.

Algo similar debe haber pasado con Howard Fast, un escritor nacido en Nueva York en 1914, proveniente de un barrio pobre de emigrantes judíos, pero dotado de grandes dotes para la literatura y comprometido en denunciar los abusos del poder a costa de ser perseguido durante la época de la caza de brujas del infame senador Mc Carthy, durante la cual acabó por parar una temporada en prisión. A costa de parecer cínico habría que decir que fue una temporada fructífera, no obstante ello involucró la privación de la libertad. La razón fue clara: esos días de sufrimiento en la injusta cárcel sirvieron para crear una de las novelas más interesantes del siglo XX: “Espartaco”. De ningún modo fue un camino llano. Para que la novela fuera conocida entre el público, en el año 1951, Howard Fast no dudó en aportar de sus exiguos ahorros para su publicación y distribución. Para remate, la distribución se hacía a pedido, prescindiendo de los circuitos de librerías por la persecución que era sujeto su autor. Y a pesar de ello, la esperanza de quien lanza al mar un mensaje dentro de una botella.

Diez años después Kirk Douglas convenció a Hollywood de usar la novela como materia prima para la célebre película de Stanley Kubrick: “Espartaco”. En dicha película, no aparece el nombre del autor de la novela entre sus créditos. Pero la deuda es notoria. Si bien la película no es una adaptación literal, su narración lineal logró recoger el espíritu que anima al héroe, Espartaco, y la ambigüedad moral de los patricios romanos que lo persiguieron a fin de poner a salvo la civilización romana, que usufructuaba de las fuerzas y vidas de los esclavos para mantener fresca su gloria.

La novela, en cambio, tiene tortuosos meandros. No hay grandes batallas relatadas, sino viajes y más viajes. Viajes que admirablemente describen Capua, la Vía Appia y Roma; a la vez que son viajes al corazón de las tinieblas que cubren los corazones de la clase dirigente de la decadente República Romana, cuyos valores aurorales habían desaparecido y, paradojicamente, se encontraban aún, en esos esclavos considerados “herramientas parlantes” (instrumentum vocale) o ganado, simplemente.

Cayo Craso, su hermana Helena y su amiga, Claudia Mario se dirigen a Capua para pasarlo con unos parientes a la vez que adquieren los perfumes que hacen famosa a la bella ciudad. Durante su camino sufren las incomodidades de que el paisaje se vea alterado por las cruces de castigo donde reposan los restos de los esclavos hechos prisioneros luego de la derrota que el general Licinio Craso inflingiera a Espartaco. Desde el inicio, sabemos que Cayo Craso es un joven depravado, siempre en busca de nuevos placeres, así sea con su hermana y su amiga, y ese pensamiento lo anima durante el viaje.

Estaba hastiada y Cayo tenía la seguridad de que únicamente su aburrimiento impedía que fuera totalmente insoportable. Su hermana era otra cosa. Le excitaba en forma perturbadora; era tan alta como él, muy similar a él en el aspecto, mejor parecida, si fuera posible, y era considerada hermosa por hombres que no se dejaban intimidar por su resolución y su fortaleza. Su hermana lo excitaba y él tenía conciencia de que al planear el viaje a Capua había acariciado la esperanza de que tal excitación encontrara alguna solución. Su hermana y Claudia hacían una combinación extraña pero atractiva, y Cayo estaba a la espera de los incidentes con que había de recompensarle el viaje.

En su viaje encuentran a Cayo Marco Servio, un fabricante de salchichas quien les comenta que las cruxificiones son un desperdicio de carne fresca y de manera brutal les sugirió que compró al tío de Cayo Craso, Silio, diez mil kilos de esclavos, para convertirlos en salchichas.

- Hombres bien plantados, los de Espartaco -explicó Marco Servio- y también bien alimentados. Supongamos que pesaran por término medio setenta kilos cada uno. Hay más de seis mil esclavos colgados allí fuera, como si fueran pavos trufados. Son cuatrocientos mil kilos de carne fresca... o que por lo menos fue fresca.

"¡Oh, no!, no puede decirlo en serio" pensó Helena. (...)

- No estoy bromeando - dijo Servio con naturalidad-. La joven hizo una pregunta y yo le respondí. He comprado ciento diez mil kilos de esclavos para convertirlos en salchichas.

- Eso es lo más horripilante y desagradable que haya oído en mi vida -dijo Helena-. Su natural grosería, señor, ha tomado un extraño rumbo.

El caballero se puso de pie y los miró uno en uno.

- Con su perdón -dijo, y dirigiéndose a Cayo, agregó-: Pregúntele a su tío Silio. Él se encargó de la transacción, y obtuvo una sustancial ganancia al hacerlo.

Durante la primera parte de la novela, hasta llegar a Villa Salaria, el personaje de Helena parece ser el más decidido de los tres. Pero las cosas cambiaran pronto.

En Villa Salaria, propiedad de Antonio Cayo, el trío se encuentra con el dueño de la Villa, su esposa -Julia-, el general Licinio Craso y Léntulo Graco. Estos últimos, senadores de Roma y los más ricos hombres de su momento. No obstante, los diferenciaba sus caracteres y el físico. Licinio Craso, patricio de aspecto viril y triunfante, posee la habilidad de apasionar a los demás sin apasionarse él mismo y no tardará mucho en seducir a Cayo Craso y posteriormente a Helena; en cambio, Léntulo Graco, es un obeso nuevo rico que ascendió desde el sórdido mundo de las bandas en los empobrecidos barrios de la capital y que tiene una gran cantidad de esclavas en su casa para su atención personal y placeres, sin involucrarse afectivamente con nadie.

Cicerón es todavía joven. Aún no es el Cónsul que pondrá freno a la revuelta popular de Catilina, pero ya es un ambicioso e inescrupuloso hombre sin alma, que considera que la moral es un estorbo, tal como la juventud acomodada de su tiempo. Considera que los esclavos no pasan de ser "instrumentos vocales".

-Precisamente... no quieren. ¡Por qué habrían de querer? Cuando se trabaja para un amo, lo único logrado es inutilizar el trabajo. De nada vale afilar sus arados, porque los mellarán inmediatamente. Rompen las guadañas, destrozan los mayales y el derroche se convierte en un principio para ellos. Tal es el mounstruo que hemos creado para nosotros mismos. Aquí en cuarenta mil hectáreas, antes vivían quince mil personas, y ahora hay mil esclavos y la familia de Antonio Cayo, y los campesinos padecen hambre en las barriadas y callejuelas de Roma. Tenemos que comprender esto. Fue muy sencillo, cuando el campesino volvió de la guerra y sus tierras estaban cubiertas por la maleza y su mujer se había acostado con algún otro y sus hijos no lo reconocían, darle un puñado de monedas de plata por sus tierras y dejarlo ir a Roma a vivir en las calles. Pero el resultado es que nosotros vivimos ahora en una tierra de esclavos, y ésta es la base de nuesras vidas y el sentido de nuestras vidas... Y toda la cuestión de nuestra libertad, de la libertad humana, de la República y del futuro de la civilización, será determinado por nuestra actitud hacia ellos. Ellos no son humanos; tenemos que comprender esto y dejar de lado el insensato sentimentalismo de los griegos en sus charlas sobre la igualdad de todos cuantos caminan y hablan. El esclavo es el instrummentum vocale. Seis mil herramientas de esa clase se alinean a lo largo del camino. ¡No es un derroche, sino una necesidad! Estoy harto de oír hablar de Espartaco, de su valor..., sí, de su nobleza. ¡No hay valor ni hay nobleza en un perro vil que de repente lanza una dentellada al talón de su amo.

Más de la mitad de la novela se desenvuelve en Villa Salaria, donde los personajes muestran sus profundas miserias morales y frivolidades. La narración del General Craso sobre las hazañas de Espartaco servirá para impresionar a los jóvenes presentes, pero será la figura de Varinnia, la rubia germana que fue la pareja de Espartaco, la que remecerá lo más profundo de las conciencias de Julia (quien fracasará en su intento de llevar a la cama al joven Cayo Craso) y de Léntulo Graco, quien conforme las historias sobre Espartaco empiecen a ser relatadas sufrirá un lento descenso hacia sus infiernos internos del que emerge fascinado por la figura de Varinia, la única mujer que se adueña de su corazón, que solo amaba a Roma y sus calles.

Howard Fast con gran habilidad logra que cada personaje nos ofrezca su visión y miedos sobre Espartaco. Cayo Craso recuerda como conoció a Léntulo Batiato, el lanistae o dueño de los gladiadores de una de los más importantes Ludus de Capua. Su relato es vital porque nos ofrece la primera vez que Espartaco toca la arena y su compañero prefiere inmolarse antes que matarlo. Craso a su vez, recordará a Batiato y la conversación que tuvo en su campamento con el despreciable lanista para obtener información de Espartaco mientras dirigía la campaña contra el gladiador que había desbaratado legiones enteras que de manera confiada habían ido a capturarlo.

Tal vez la transformación de Graco es uno de los aspectos mejor logrados de la novela, que no solo reconstruye de manera coral el retrato del indómito Espartaco, sino que de manera psicológica nos ofrece el cambio del aparentemente cínico Graco. La novela ofrece pasajes verdaderamente emocionantes como el discurso que Espartaco dirige al Senado a través de un soldado sobreviviente de una Cohorte.

-"Vuelve al Senado", dijo Espartaco, "y entrégales el bastón de marfil. Te hago a ti legado. Vuelve y diles lo que has visto aquí. Diles que ellos enviaron contra nosotros sus cohortes y que nosotros las hemos destruido. Diles que somos esclavos, lo que ellos llaman el instrummentum vocale. la herramienta con voz. Cuéntales lo que nuestras voces dicen. Decimos que el mundo está harto de ellos, harto de vuestro corrompido Senado y de vuestra corrompida Roma. El mundo está harto de la riqueza y el esplendor que vosotros habéis succionado de nuestra carne y de nuestros huesos. El mundo está harto de la canción del látigo. Ésa es la única canción que conocen los romanos. Pero nosotros no queremos oír más esa canción. Al principio, todos los hombres eran iguales y vivían en paz y compartían lo que tenían. Pero ahora hay dos clases de hombres: los amos y los esclavos. Pero hay más de los nuestros que de los vuestros, muchos más. Y somos más fuertes que vosotros, mejores que vosotros. Todo lo que es bueno en el género humano nos pertenece. Cuidamos a nuestras mujeres y ellas permanecen a nuestro lado y nosotros combatimos junto a ellas, pero vosotros convertís en prostitutas a vuestras mujeres, y a las nuestras, en ganado. Nosotros lloramos cuando nos son arrebatados nuestros hijos y los ocultamos entre las ovejas, con el fin de poder tenerlos un poco más con nosotros; pero vosotros criáis a vuestros hijos como si fueran ganado. Vosotros tenéis hijos con nuestras mujeres y los vendéis al mejor postor en el mercado de esclavos. Vosotros convertís a los hombres en perros y los enviáis al circo a que se despedacen para vuestro placer, y vuestras nobles damas romanas presencian cómo se matan entre ellos mientras acarician perros en la falda y los alimentan con deliciosas golosinas. ¡Qué detestable pandilla sois vosotros y que infecta mugre habéis hecho de la vida! Os habéis burlado de los sueños acariciados por el hombre, del trabajo de la mano del hombre y del sudor de la frente del hombre. Vuestros propios ciudadanos viven ociosos y se pasan los días en el circo y la arena. Habéis desvirtuado la vida del hombre, despojándola de todo su valor.

Howard Fast crea a un Espartaco poco apuesto, con rostro ovejuno pero afable, que es capaz de lograr la confianza de la gente. No solo en las minas de sal donde se encontraba (los tracios le llaman "Padre") sino en el ludus de Batiato, donde obtendrá amigos a pesar de la directiva "Gladiador, no hagas amigo de otro Gladiador". Espartaco es un hombre que ama la vida, y esa convicción pronto la propaga en los demás. Mientras los romanos son incapaces de entender como la rebelión de los esclavos fue posible, el autor nos muestra el viaje vital de Espartaco quien sobrevive a los trabajos forzados en las minas para escapar del ludus de Batiato y encabezar uno de los ejércitos que más daño harían a Roma desde Aníbal.

Espartaco crece y los residentes de Villa Salaria decrecen mientras muestran su inhumanidad. Por ejemplo, Cicerón se muestra déspota y frío cuando hace suya a Helena, cuyo carácter independiente mostrado en el viaje previo se transforma a uno dependiente de los hombres que no temen abusar de su poder. Craso, a pesar de su porte viril, no se hace problemas en hacerse de un hombre como amante. Pero todos son ciegos ante el dolor ajeno porque su humanidad está vacía.

Mediante este recurso Howard Fast no solo describe la realidad de la decadente República Romana, sino que de manera sutil nos recuerda las debilidades de nuestro tiempo, y la deshumanización del trabajo del hombre durante la era capitalista. No es casual que Howard Fast haya sido miembro del Partido Comunista. Espartaco no es una inocente novela de contenido épico, es, en cambio, un documento sobre las miserias de la propia humanidad y el terrible pecado de la explotación del hombre a través del trabajo llevada a cabo por gente indolente y políticos venales.Con ese anacronismo, Howard Fast logra manifestar su tesis: la lucha contra la opresión nos hace puros. Tal como Espartaco, el hombre que dio lucha sin cuartel a la maldad, lo fue.

De este modo, y a través de los tortuosos caminos de la memoria de los que se encuentran en Villa Salaria asistimos a la gestación del héroe así como a su ascenso y posterior caída. Esta última sentida (nunca mejor dicho) a través del dolor del último sobreviviente cruxificado. Los pasajes destinados a Daniel, el judío cruxificado, son duros pero animados por una gran conmiseración por este personaje y el fracaso del sueño de crear un mundo sin esclavos donde todos compartan todo sin distinciones. Es decir, un mundo sin Roma, como símbolo del poder.

Graco, quien consideraba a la moral como una debilidad que debía evitarse para sobrevivir, se descubrirá vacío. Sin amor ni ideales, en una ciudad que ya abandonó los viejos ideales Republicanos de la sencillez y el amor al trabajo fecundo que los esclavos aún mantienen. Lo empieza a carcomer la súbita conciencia de su papel en el mundo: como político que adormece a los ciudadanos para que no se quejen de su condición parasitaria y que sirvan como carne de cañón en los ejércitos de conquista romanos. Una nueva jugada de Howard Fast, la de mostrarnos el papel de los políticos con los ciudadanos actuales.

Es aquí donde es imposible no hacer el paralelismo con mensajes venenosos como el de Diego de la Torre sobre Vallejo, que comentamos al inicio. Es muy fácil decir a la gente que sea optimista y que todo va bien. Es lo que la gente quiere escuchar. Muchos son sordos a su propia lacerante realidad y prefieren cualquier mensaje que les aleje de ella. El engaño es bien recibido. Hay gente como Vallejo, que son puros porque no dudan en denunciar el orden de cosas injusto. En cambio hay otros que prefieren convivir con él, porque les provee una vida confortable. Espartaco no logrará levantar millones de esclavos contra Roma, porque solo los más desesperados le seguirán. Los que tienen el temple de Espartaco y le siguen no son muchos pero son los suficientes para poner en jaque a Roma durante cuatro años.

- Ya que usted es un político -dijo Cicerón sonriendo-, ¿por qué no me dice qué es un político?

- Un farsante -respondió Graco secamente.

- Por lo menos usted es franco.

- Es mi única virtud y es extremadamente valiosa. En un político la gente la confunde con la honestidad. Como usted sabe, vivimos en una república. Y esto quiere decir que hay mucha gente que no tiene nada y un puñado que tiene mucho. Y los que tienen mucho tienen que ser defendidos y protegidos por los que no tienen nada. No solamente eso, sino que los que tienen mucho tienen que cuidar sus propiedades y, en consecuencia, los que nada tienen deben estar dispuestos a morir por las propiedades de gente como usted y como yo y como nuestro buen anfitrión Antonio Cayo. Además, la gente como nosotros tiene muchos esclavos. Esos esclavos no nos quieren. No debemos caer en la ilusión de que los esclavos aman a sus amos. No nos aman y, por ende, los esclavos no nos protegerán de los esclavos. De modo que mucha, mucha gente que no posee esclavos debe estar dispuesta a morir para que nosotros tengamos nuestros esclavos. Roma mantiene en las armas a un cuarto de millón de hombres. Esos soldados deben estar dispuestos a marchar a tierras extrañas, marchar hasta quedar exhaustos, vivir sumidos en la suciedad y la miseria, revolcarse en la sangre, para que nosotros podamos vivir confortablemente y podamos incrementar nuestras fortunas personales.(...)

-Cicerón ¿cree usted realmente que soy un idiota? He vivido una larga y azarosa vida y aún me mantengo en la cúspide. Usted me preguntó antes qué era un político. El político es el centro de esta casa de locos. El patricio no puede hacerlo por sí mismo. En primer lugar, piensa en la misma forma que usted, y los ciudadanos romanos no gustan de que se los considere como ganado. Y, no lo son, cosa que usted algún día comprenderá. En segundo lugar, el patricio nada sabe sobre los ciudadanos. Si se le dejara a su cargo, la estructura se desmoronaría en un día. Por eso él acude a gente como yo. Él no podría vivir sin nosotros. Nosotros volvemos racional lo irracional. Nosotros convencemos al pueblo de que la mejor forma de realizarse en la vida es morir por los ricos. Nosotros convencemos a los ricos de que tienen que ceder una parte de sus riquezas para conservar el resto.Somos Magos, Creamos una ilusión y la ilusión es infalible. Nosotros le decimos al pueblo: vosotros sois el poder. Vuestro voto es la fuente de poderío y la gloria de Roma. Vosotros sois el único pueblo libre del mundo. No hay nada más precioso que vuestra libertad, nada más admirable que vuestra civilización. Y vosotros la controláis; vosotros sois el poder.

El final del libro es estupendo. Graco rescata a Lavinia del poder de Craso por una "simple noche de gratitud". Por sentir, por vez primera cariño y reconocimiento libremente ofrecidos por una mujer. Hay diálogos que sorprenden por su ternura subyacente.

Me doy cuenta por qué. Nosotros nunca hablamos de lo vacías que son nuestras vidas. Y eso es debido a que dedicamos tanto tiempo a llenar nuestras vidas. De todos los actos naturales al de los bárbaros, comer y beber, amar y reir, de todas estas cosas nosotros hemos creado un gran ritual y las hemos hecho objeto de culto. Ya nunca tenemos hambre. Hablamos del hambre, pero nunca lo experimentamos. Hablamos de la sed, pero nunca tenemos sed. Hablamos de amor, pero no amamos y tratamos de encontrarle un sustituto al amor en todas nuestras interminables innovaciones y perversiones. Entre nosotros la distracción ha ocupado el lugar de la felicidad y cuando una distracción deja de serlo debemos buscar algo más atractivo, más emocionante... más, más y más. Nos hemos embrutecido al extremo

La novela "Espartaco" de Howard Fast, al margen de ciertos cambios de ritmo causados por el carácter intimista y psicológico del relato, posee la rara virtud de poder ser leída en clave épica y a la vez de manera anacrónica, como un texto que se opone a la opresión en toda época de la historia.


Escrito por

locomotion

Nadie sabe que Master Locomotion esconde a su alter ego super heroico Amílcar Adolfo Mendoza Luna, Master en Derecho.


Publicado en

peruesunaaldeadechile

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