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"Una vuelta por mi cárcel" de Margarite Yourcenar

Publicado: 2012-05-14

Veo por la ventana y el cielo oscuro se ha unido a la tierra oscura. Afuera está el inmenso vacío y dentro del bus no logro concentrarme en la lectura del libro que tengo en mis manos adormecidas. La terramoza insiste en cantar números de bingo que no me interesan. Solo deseo que alguien gane pronto. Aunque la lectura es fatigosa, como ascender las interminables escaleras hacia un templo budista, el esfuerzo vale la pena. Porque me acompaña una incansable viajera, mejor dicho los pensamientos de una gran mujer. Margarite Yourcenar, la primera mujer en ingresar a la Academia Francesa en 1980 y autora de "Memorias de Adriano".

El título es un guiño coqueto al lector. ¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?. La frase no es mía, salió de Zenón, el personaje de Opus Nigrum, la novela que hizo notoria a Yourcenar.

"Una vuelta por mi cárcel" es un conjunto de varios textos escritos a propósito de las reflexiones de la autora a geografías y poblaciones diversas como la que habita en los gélidos bosques canadienses que son tan distintos de esos bosques europeos amados por   las hadas y duendes; o quienes se solazan contemplando el austero paisaje de las islas y bosques japoneses.

La primera narración es conmovedora y tal vez es la más tierna, está dedicada a Matsuo Basho, el célebre monje poeta que vivió en el S. XVII y de quien toma el siguiente poema:

Su muerte próxima

Nada la hace prever

En el canto de la cigarra

¿Pensaba Margarite Yourcenar en el fin del viaje? No sería infundado pensarlo. Esta colección de textos se encuentra inconcluso. El décimo cuarto "Pequeños rincones y grandes parajes" sólo deja vislumbrar maravillosas reflexiones sobre la utilidad de los viajes en las personas así como la diferencia entre el verdadero viajero y el turista-ganado. Me temo que si queremos encontrar un hilo conductor entre los distintos textos, la autora lo habría vertido aquí. Lamentablemente solo nos quedan pequeños fulgores, ideas evanescentes de una persona que ha partido a un viaje del cual no puede darnos noticia.

"(...) Ocurre con vuestros grandes hombres del pasado como con Constantinopla y Damasco, que son bellas a distancia; hay que andar por sus calles para ver a sus leprosos y sus perros reventados" El conocimiento de mundos extranjeros, ya sea en el tiempo o en el espacio, da por resultado destruir la estrechez del espíritu y los prejuicios, pero también el entusiasmo ingenuo que nos hacía creer en la existencia del Paraíso, y la bobalicona noción de que éramos alguien.

El equilibrio de los relatos de Yourcenar llama la atención. Luego del relato sobre Basho, no continúa con reflexiones sobre el Japón, sino que los posterga para dar paso a sus impresiones sobre la agreste geografía canadiense y su relato del tren de pasajeros interoceánico (amenazado de convertirse en sólo un tren para llevar mercancías) entre el Atlántico y el Pacífico. Su relato no deja de cautivar a pesar que la monotonía de los pueblitos rurales no permite hablar de ellos con mucho entusiasmo, (nadie quiere participar en el sorteo para "gozar" una semana en uno de esos desolados pueblos en los que no da ganas de apearse) por momentos prefiere mencionar a los animales o la flora de los distintos lugares antes que detenerse demasiado en describir esos pueblos alejados y poco interesantes hechos para el turismo de paso, más propicio a la compra de baratijas que a contemplar el indómito paisaje que los circunda.

Pero Margarita Yourcenar no es una escritora común y corriente y asombra con el uso de variados recursos para mantener el interés del viaje a la vez que intenta penetrar en la psicología de las personas. Eso es notorio cuando avanza en su trayecto hasta San Francisco en Estados Unidos. No esconde su simpatía por la tolerancia de dicha ciudad contra los gays a pesar del peligro constante de una nueva ola de intolerancia por eventos como la aparición del Sida.

Ver bien un país es tratar de conocerlo y, hasta cierto punto, de hacerlo suyo en el propio presente y pasado, tratar de ver, en fin, lo que significa para los que en él viven. Muy pocas gentes se aplican a esto. La mayor parte de las relaciones de viajes de antaño nos dejan insatisfechos.

Donde el libro encuentra sus más altas cotas es al tratar sobre Japón. Yourcenar retoma gustosa la senda de Basho, momentáneamente interrumpida, y nos lleva de la mano entre los parajes, los ritos y el alma de la gente que vive en Japón. No solo los nacionales, sino los extranjeros enamorados de dicho país (como se hace evidente en el texto "Rostros a tinta china".

Si el texto sobre el teatro japonés es abrumador por el uso constante de terminología que es propia de los japoneses, hay que admitir que la descripción ofrecida sobre el Teatro Noh, el Kabuki y el Bunraku, fascina y motiva a evitar perder la oportunidad de verlos algún día. Yourcenar muestra un vivo interés por el teatro nipón, sobre todo por el Kabuki. Admira a los Onnagata (los actores que representan a las mujeres a tal extremo que muchos tienen la disciplina de seguir con la impostación en la vida diaria), y no regatea líneas al prometedor actor joven Tamasaburo (llamado simplemente T, en el texto "El camerino del actor"), a pesar que este cede a los tiempos modernos actuando en el Kabuki popular (lo cual le permite mayores libertades que el Kabuki verdadero) y se muestra reticente a seguir la estricta disciplina de sus colegas mayores.

En mi opinión, los mejores pasajes del libro (tal vez porque ya conocía el tema previamente y los términos usados eran más familiares) son los referidos a la épica de los 47 Ronin y a Yukio Mishima. Generalmente los textos de Yourcenar inician con una larga descripción y sobre el final una anécdota o un detalle altera el orden de ideas profundizando en un aspecto poco visible. Ese recurso es notorio cuando al tratar sobre los 47 Ronin y su historia de honor para vengar a su señor Asano de la afrenta del infame Kira, al finalizar nos lleva a los silenciosos sepulcros de los héroes cuyos nombres borrosos ya no se pueden reconocer por el paso del tiempo.

Esta sucesión de asesinatos y de suicidios en tono a una querella de etiqueta es absurda: un sacerdote budista errante entre las tumbas lo juzgaría así. Pero sabría igualmente que todo es absurdo, y que esa aventura, ejemplo del concepto que los japoneses tienen del honor, expresa una violencia que en todas partes vemos presente en la raza humana. La violencia nos horroriza, pero se ennoblece en este caso al hallarse al servicio de una de las más puras virtudes del mundo: la fidelidad. La memoria de los ronin ha sobrevivido a los cambios de los tiempos y a unas catástrofes mucho peores que la suya. Los visitantes que allí llevan unos palitos de incienso, un tazón de arroz y unas mandarinas, se sienten aún muy próximos a ellos.

Este recurso llega a niveles conmovedores al recordar el suicidio ritual de Mishima, el mítico poeta japonés que tantos elogios tuvo con "Memorias de Adriano", libro que la propia Yourcenar encontró en la biblioteca personal del poeta. "Como el brillo de un gran nombre nos ciega a todo lo demás". Todos recuerdan a Mishima, y aún más su trágica muerte. Nadie recuerda al joven y leal Morita, que no fue capaz por el nerviosismo de darle el golpe de gracia y que tampoco supo rajarse el vientre de manera eficaz. Hay suficientes flores y homenajes para Mishima, ¿pero habrá alguna para Morita? ¿habrá tenido una madre o novia que lo llore?

He escrito en otra parte que los vivos suelen ser tan evanescentes como los muertos; en Opus Nigrum, Zenón comprueba, con una suerte de angustia metafísica, la imposibilidad de localizar al obrero que fabricó aquel banco o tejió aquella lana...¿Y cómo encontrar entre la multitud, si así lo quisiéramos, al joven de los crisantemos de ayer, ni siquiera a la vendedora a la que, en la gran floristería de una calle cuyo nombre no sabemos, compramos esas flores para Yoko.

Es difícil recordar mejores palabras para indicar lo poco que puede significar el consuelo de la gloria y evocar la fugacidad de la vida que es tan frágil como la tela de la que están hechos los sueños.

Al cerrar el libro, mientras la oscuridad aún me rodea caigo en la cuenta que Margarita Yourcenar no solamente nos ha guiado a través de ignotas rutas, sino a través de las almas de las personas en diversos tiempos. Y constatamos que sus intereses no son tan distintos a los nuestros. En Japón el éxito económico no va acompañado de felicidad y si algunos se suicidan en rebeldía como Mishima para alertar sobre los riesgos de una occidentalización que atente contra lo mejor de su cultura, existen otros, los suicidas conformistas, que son víctimas de la deshumanizante competencia en una sociedad donde no hay espacio para los débiles. Un problema que ocurre en otras latitudes, a mayor o menor profundidad. El progreso también crea estragos y necesita sacrificios humanos. Y Margarita Yourcenar nunca estuvo en Conga (Cajamarca).

En esta habitación trivial, sin lazo alguno con el pasado ni con el porvenir (y por esa razón se es más uno mismo), en medio de un día o de una noche cualquiera, ocurre este milagro de repente, esa gracia que a veces desciende: no un instante de felicidad, pues la felicidad no se cuenta por instantes, sino la conciencia repentina de que la dicha habita en nosotros.

MARGARITA YOURCENAR. Una vuelta por mi cárcel. Madrid: Santillana. 2001. 199 p.


Escrito por

locomotion

Nadie sabe que Master Locomotion esconde a su alter ego super heroico Amílcar Adolfo Mendoza Luna, Master en Derecho.


Publicado en

peruesunaaldeadechile

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