Collacocha: La obra teatral de Enrique Solari Swayne que aún tiene mucho que decirnos
Collacocha es una conocida obra de teatro de Enrique Solari Swayne. A decir verdad, es icónica para el teatro peruano. A pesar del tiempo transcurrido. Los acontecimientos de Conga y un artículo de Alonso Cueto que leí la semana pasada me lo hicieron recordar.
Tenía ganas de escribir sobre Collacocha aunque sea unas modestas líneas. Siendo 28 de julio de 2012, fecha de fiestas patrias, y sobre todo de feriado, hay algo de tiempo libre para reflexionar lo que aún puede decirnos esta obra que ya tiene algo más de cuatro décadas con nosotros.
Collacocha es una obra teatral de un solo acto. En ella destaca el personaje del Ingeniero Echecopar, quien tiene una mística muy particular sobre su trabajo. Es en si mismo un personaje paradigmático, poco frecuente en el teatro peruano, alguien que es más grande que la obra donde se encuentra y que a pesar de sus terribles defectos captura la simpatía del público de manera ineluctable. En Collacocha no hay villanos aparentes, si hay muchos héroes pero muy pocos claroscuros. Los personajes son mediocres o son Echecopar. Si vale simplificarlo así de rotundamente, así es la obra. Tal vez esa sea su mayor debilidad.
Pero no adelantemos mayores detalles. Es hora de internarse en el vientre de la obra y ver que extraemos de ella.
El Ingeniero Fernández llega para reemplazar al Ingeniero Díaz en la construcción de la carretera que unirá la selva con la costa. Díaz no cabe de gusto. Al fin podrá salir de ese hueco oscuro donde no hay arriba ni abajo, ni día o noche, solo la oscuridad del vientre de la montaña a la cual arrancan sus duras entrañas para que la civilización penetre desde la metrópoli de los ricos al rincón más lejano del país, donde no han llegado ni las escuelas, ni las medicinas, ni la civilización.
Fernandez: Creo que es a usted a quien vengo a reemplazar.Díaz: Sí. ¡A Dios gracias! Dentro de pocos meses, también usted soñará todas las noches con el reemplazo.
Fernández: Quizás no sea así...
Díaz: No se haga usted ilusiones. ¡Esto es el infierno!
Fernández: En Lima me lo han explicado con toda claridad.
Díaz: ¿Y a pesar de eso se vino? ¡Si yo lo hubiera sabido! Para mí, que usted viene huyendo de la policía... o de alguna mujer.
Fernández: No vengo huyendo de nadie. Más bien, vengo buscándome a mí mismo.
El joven Ingeniero Fernández es idealista, todavía inexperto, pero con espíritu ambicioso. Quiere conocer el mundo y ha preferido ir a donde se le necesita que gozar en un puesto de Lima donde ganaría un jugoso sueldo que excedería lo que necesita.
Su encuentro con el Ingeniero Echecopar no puede ser más desalentador. El veterano y excéntrico ingeniero se hace notar desde lejos a través del eco del oscuro túnel gritando su nombre ¡Echecopar!. Él vive para su trabajo, al punto que desdeña la vida familiar y conyugal, al punto que visitar a sus parientes en Lima es un incordio que aplaza lo más posible. Varios meses han pasado que no sale del túnel.
Al ver al recién llegado se burla de su indumentaria y se irrita al ver que ha arrancado una de las pequeñas flores que han sido capaces de crecer en la oscuridad de la inhóspita y fría montaña.
Fernández: Oiga usted ¿Me puede decir de qué se ríe?Echecopar: Pero, ¿se han imaginado en Lima que aquí va a haber un baile de disfraces? ¿para qué demonios me mandan a mí a monigotes disfrazados de ingenieros? (...) ¿A qué vienen esos prismáticos, en medio de las tinieblas? Démelos. ¿Cree usted que va a ver mujeres desnudas al otro lado del precipicio. No. Aquí, usted me ve a mí a Díaz y Díaz y yo lo vemos a usted.
Luego de que se conozcan un poco más estos personajes, llega el Ingeniero Soto, quien acaba de visitar la laguna y trae noticias preocupantes. Esta ha subido su caudal como resultado de las lluvias y amenaza inundar los trabajos. Sus recomendaciones de desalojar la obra no son oídas por el Ingeniero Echecopar, quien no está dispuesto a demorar los avances por el temor de uno de sus Ingenieros.
Echecopar: ¿Y qué precauciones quieres que tome?Soto: Que no se trabaje, hasta que se normalice el nivel de la laguna.
Echecopar: ¡De ningún modo! El año pasado, en las tres ocasiones en las que ocurrió algo parecido, me hiciste paralizar el trabajo, para nada. No se puede hacer esperar al progreso y a la civilización, tan sólo porque un hombre tiene miedo.
Soto: Es que algún día puede ocurrir una catástrofe. ¿Te imaginas, si la laguna se viene por el túnel? ¿Puedes imaginarte, lo que pasaría?
Echecopar: En alguna forma hay que reventar, Soto. No podemos contar con algo que lo mismo puede ocurrir esta mañana, hoy, dentro de cien o mil años o nunca. Además ¿qué quieres que yo haga? Yo, por mi parte, estoy dispuesto a asfaltar esta carretera con mis huesos y con los de ustedes.
Echecopar es definido en este pasaje. Sus convicciones son más valiosas que su propia vida o la de sus compañeros. La perspectiva de llevar la civilización a donde no ha llegado antes lo emparenta con esos amorales pioneros del Far West Norteamericano. Bajo esa campechanía y camaradería con los indios y sus colegas, se esconde alguien que ha perdido la conciencia del valor de la vida humana. Su liderazgo carismático lo lleva a la temeridad muy fácilmente.
Echecopar: Somos un país demasiado salvaje como para darnos el lujo de hacer esperar al progreso y a la civilización. ¿No han comenzado, acaso, las lluvias? ¿No sabes que si no defendemos algunos puntos, un par de huaycos destruye en media hora lo que hemos hecho en dos años?Soto: Como quieras, viejo: la muerte ronda en Collacocha.
Echecopar: Pues anda y acuéstate con ella...
Palabras proféticas, que aún no viene al caso comentar en extenso. Lo cierto es que la ceguera de Echecopar le impide ver otra cosa que no sea la victoria sobre los elementos y la naturaleza. Él es la civilización y todo lo demás (y los demás) son el infierno.
Como el sindicalista Bentín, a quien le llama "anarquista de carnaval". Para el Ingeniero Echecopar, la clase de hombres que encarna Bentín son despreciables porque no son prácticos como él. Si no ven las cosas a su modo son un estorbo. Para Echecopar la injusticia en el mundo es algo que lo trae sin cuidado y la filosofía se la deja a Platón. Terminar la carretera si es cosa de verdaderos hombres, como él. Eso es algo concreto. la revolución de concreto es algo tangible y por ello superior a cualquier revolución de ideales propugnada por quienes tienen los zapatos y guantes limpios.
Bentín: Es que no se puede pensar como usted, Ingeniero. Hay causas universales. ¡Todos somos hermanos!Echecopar: Lo serás tú, anarquista de carnaval. Yo no, ¿entiendes? Yo soy hermano de Soto y de Sánchez, de Fernández y de los cuatrocientos trabajadores de acá. De nadie más.
Bentín: ¿Y los millones de hombres que sufren en el mundo?
Echecopar: No faltará otro que se preocupe por ellos. Yo soy hermano de los que puedo tocar, de los que puedo reventar o enaltecer. De nadie más. (...) ¡Me indignas! Pero, ¿piensas tú en la situación del país? Pocos trabajan y muchos conversan. Y entretanto, los túneles se abren solos, los puentes se tienden solos. No sé. Debe ser un milagro de Fray Martín...
Bentín: Es que yo insisto en que la Democracia...
Echecoopar: ¡Qué Democracia ni que veinte mil demonios, hombre! Tú no insistes sino en tus mentiras y en tus estupideces (...) Contigo, nada. Tú no amas a nadie. Tú odias a los ricos y lo que quieres es reventarlos, para hincharte tú mismo. Te mueres de envidia, eso es todo. Te asfixias de resentimiento y vanidad.
Echecopar delata algunas de las incoherencias de su carácter. La palabra Democracia lo irrita porque el es un tirano, que se ve a sí mismo como un personaje benévolo cuyas buenas intenciones opacan a la forma en que trata a su personal. Su vida personal está vacía, como el túnel que obstinadamente quiere que atraviese la montaña. Ese logro es lo único que lo motiva. Bentín es el representante de los que se oponen al progreso, de aquellos débiles de carácter que son pródigos en encontrar "peros" y no se ensucian las manos cuando es necesario. A ellos los desprecia tanto como a los miembros del Directorio de la Compañía Quiñones y Quiñones.
Para Echecopar las personas se dividen en quienes se enfrentan a los elementos o quienes se quedan en Lima para adular a los potentados y hacerse ricos. En el fondo, también desprecia a los ricos, sabe que con ellos no se puede contar para las ambiciosas tareas de vencer los elementos. ¿los envidia? Difícil saberlo. Pero es obvio que los desprecia. Ocho años atrás no tuvo problema alguno en desairar y pelearse con una Comisión proveniente de Lima. Si algo bueno puede decirse de él, es que no esconde sus odios. No duda en decir que el Presidente de Directorio, don Alberto Quiñones, es una de las figuras más ridículas que haya visitado el túnel. Mientras los miopes de la Capital estén lejos, mejor para las obras y él feliz. El dinero no abre montañas sin hombres de valor, como él, para hacerlo. Un millón de soles venga de un santo o de un bribón, sirve para realizar el objetivo. Nada más importa.
El diálogo con Bentín es uno de los más ásperos en toda la obra. El autor Enrique Solari Swayne, se encarga de que el sindicalista no solo sea deslumbrado sino humillado, sin salida digna posible levantándolo previamente de las solapas y amenazándolo con aplastarlo como una cucaracha si no acepta que él trabaja para su pueblo y no para el capital.
Una reacción tan poderosa, que es imposible que sea carente de sospecha. A estas alturas no se duda de las malas pulgas de Echecopar. Pero no pierde la cabeza ni con Díaz o Fernandez. Sino con el sindicalista. Y el argumento que pretende rebatir queda en el aire.
La discusión no llega a los puños por la afortunada comunicación del Ingeniero Soto a través del dictáfono. Ha llegado el primer camión. Lo conduce Jacinto Taira de San Pedro de Lloc. La felicidad invade a todos por igual. A Echecopar, Soto, Díaz, Fernandez y Bentín.
Pero la tragedia también asoma.
Jacinto Taira avisa que hay un arroyo que asoma en la entrada del túnel. Los presagios de Soto son funestos y están a punto de confirmarse. Recién entonces, en el momento del triunfo Echecopar toma conciencia de la magnitud del desastre que viene. Es necesario que los trabajadores sean evacuados, y solo puede contar con el Ingeniero Soto para que vuele el túnel que se está inundando luego que pasen los trabajadores más rezagados. Sabe que es una tarea suicida.
Acompañan a Echecopar, Fernández y Bentín. El desastre es inminente, Soto avisa del progreso de la evacuación, pero la inundación es más rápida.
Soto: Entonces, ¡estamos perdidos!Echecopar: ¿También tú te vas a poner a llorar, como Bentín? Escucha: naturalmente, puede sobrevenir una catástrofe de un momento a otro. Pero ni tú ni yo nos podemos mover de aquí hasta haber puesto en seguridad a los que están trabajando en el Túnel Dos.
Soto: Temo que, dentro de unos momentos, no será posible vadear la quebrada.
Echecopar: Les he hecho avisar con Sánchez. Antes de que hayan pasado, no nos podemos mover ni tú ni yo, ¿entendido?
Soto: Bueno... bueno. Pero, si ocurre algo, ¿cómo salgo yo de aquí?
Echecopar: Te lo voy a decir, Soto. Cuando la quebrada se haya puesto absolutamente intransitable, cuando sea del todo imposible que una persona más pueda salvarse, me lo dices y yo vuelo el túnel, para entretener un rato el aluvión, mientras la gente del Campamento y de los pueblos del valle se pone a salvo sobre los cerros. Cuando oigas la explosión, huyes por las punas, a Huarmaca o algún otro caserío, ¿entendido?
Soto: Que sea como Dios quiera
Echecopar: Espera hasta lo último para darme la voz de volar.
Soto: Sí...sí.
Echecopar: Y cuando oigas la explosión, huyes por las punas.
Aún en este momento de humanidad de Echecopar, no duda en poner en peligro a sus subordinados. Si algo lo salva de la censura moral, es que se impone los mismos riesgos para defender la vida de los cientos de trabajadores a su cargo.
Echecopar: Escucha, Bentín: había muchos indios que huían con el fango a la cintura. Era seres pobres, miserables, harapientos, ¿oyes? Y había tres hombres, tres hombres, Bentín, ¿no es acaso extraordinario? Hubieran podido irse, huir y nadie les habría dicho nada, porque los otros eran, tan solo unos indios miserables y harapientos, iguales a los que mueren por centenares todos los días, sin que nadie sepa por qué ni por quién. ¿Y qué hicieron, Bentín? ¿Qué hicieron? Escucha: ¡se quedaron! Se quedaron, Bentín y tú eres uno de esos tres! No se fueron, no huyeron, que hubiera sido tan natural. ¡Ellos fueron fabulosamente absurdos! ¿Qué te parece? Un día podrás contárselo a tus hijos...
Soto no podrá hacerlo.
La laguna terminó precipitandose sobre el túnel arrasando con todo lo hecho en dos años. Los tres apenas pueden escapar en un carromato.
Echecopar pierde un brazo al momento de detonar el túnel.
El epílogo de la obra ocurre cinco años después. Echecopar ha dejado la obra, se alejó de la obra por propia voluntad y se encuentra expiando sus remordimientos, sólo lo acompaña la voz de Soto que retumba en su cabeza. Su barraca luce igual, pero la ocupa otro. Es Fernández. Y la obra al fin está concluída.
El joven Ingeniero procedente del acomodado Colegio La Recoleta ha logrado lo que no pudo el veterano Ingeniero procedente del modesto Colegio Guadalupe.
El autor apenas puede con sus tics. Pero hay que recordar que es una obra de los años 60. El tema ya era bastante controversial. Que un hijo de familia pueda componer las cosas al final parece una pequeña concesión al público que llenaba los teatros de aquellos días.
Afortunadamente el teatro peruano se ha democratizado en estos últimos años. Ya no acuden a las funciones gente con mucho dinero y afortunados estiudiantes universitarios con su carnet que rebaja las entradas. Ahora es masivo y abierto a gente de toda condición, por eso, para quien quiera leer las entrelíneas a la luz del contexto actual, le dejo las líneas finales de la obra:
Echecopar: Entonces el anillo se ha cerrado, Lo que vivió y murió, ha nacido nuevamente. El eterno ciclo se ha cumplido y Echecopar es un hombre feliz (...)Voz de Soto: ¡Ah, pero la laguna se está formando de nuevo!
Echecopar: ¡Qué importa! Vendrá otro hombre y otro y muchos más. Y un día, nuestros hijos estarán parados firmes y para siempre, sobre el suelo que supimos conquistar para el amor.
Voz de Soto: ¡Ya veo las luces del primero!
Echecopar: Y quedará instalada la era de las cosas buenas y hermosas. ¿Verdad...? ¡En Collacocha no ha pasado nada! ¡Nada! ¡En Collacocha no ha pasado nada!
Recuerdo haber visto esta obra teniendo como protagonista al legendario actor peruano Luis Alvarez. Fue una de las primeras que ví en mi juventud. La presentaron hace tantos años en la Alianza Francesa de Miraflores que varios detalles se me escapan. Pero no puedo olvidar la impresión dramática que me produjo la caída de la barraca de Echecopar en el final del único acto, mientras se escuchaba la voz lejana de Soto quien era arrasado por el aluvión.
Sólo recuerdo que la ví en las épocas funestas del terrorismo en el Perú. Ahora son épocas de paz, y no entiendo por qué razón una obra tan importante para entender nuestras contradicciones como nación no encuentra quien la haga retornar a las grandes salas de teatro comercial (no obstante, me place enterarme de interesantes iniciativas en provincias y los conos de la capital) en estos tiempos de paz en que queremos convencernos que la prosperidad está próxima y sin ningún desastre que asome.
Fuente:
Solari Swayne, Enrique. Collacocha. Fondo Editorial UNMSM. 1992. 78 p.