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Paradojas en la representación de "Cuentos Orientales" de Margarite Yourcenar: Teatro Racional

Publicado: 2012-07-28

La puesta en escena de los famosos “Cuentos Orientales” de Margarite Yourcenar encerró más de una paradoja, que intentaré explicar con la prisa que caracteriza a este Blog, producto de los minutos robados al trabajo y a la rutina cotidiana de la gris Lima otoñal (no se confundan, cuando digo otoñal, es porque creo que es un adjetivo que le sienta bien a Lima, como otras ciudades se atribuyen el calificativo de primaveral o del eterno verano).

El Teatro Racional, sobre cuya denominación en el logo hay una R despiadadamente deportada en favor de una "r" dictatorialmente racionalista, se encuentra a pocos metros del Óvalo Balta, escondido entre cabinas de Internet, tiendas de zapatos de cuero y juguerías barranquinas.  A pocos metros asoma el Óvalo Butters y caminar hacía allí desde la estación del Metropolitano es una deliciosa experiencia de tensión y suspenso en que los apurados peatones ponen a prueba a cuanto puede elevarse su adrenalina siendo atacados desde múltiples direcciones por el tránsito.

Llegar a las puertas del Teatro es un asombro. Porque no parece un teatro. No es que exista una idea preconcebida de como debe serlo, pero es apenas una puerta de madera escondida detrás de una puerta de hierro. Un pequeño Lobby conecta la calle, la boletería y la cortina que anuncia donde es el espectáculo. Breve antesala entre la realidad grisácea de la ciudad, y el intenso color rojizo que inunda el escenario de “Naufragios” , donde las sillas se encuentran dispersas y confusas, como olas de un mar embravecido que permitirá dejarnos escuchar el testimonio de tres almas naufragadas gracias a la botella al mar que lanzó hace muchos años Margarite Yourcenar (para ser exactos en 1938 y la botellita la proveyó Editions Gallimard).

Primera paradoja entonces, hace falta muy pocos recursos materiales pero mucha imaginación para dejarnos enredar por la mandrágora de la ficción. El color rojo pasión contribuye a crear la atmósfera que se desea en el Teatro que se hace llamar a sí mismo racional, ah, otra paradoja pocas líneas. La música del contrabajo de Gustavo Villegas también contribuye a crear una maravillosa sensación de irrealidad que inunda rápidamente a los espectadores que diseminados por las orillas del escenario se dan las caras y las espaldas unos a otros, sin saber donde mirar, como los aturdidos sobrevivientes de un naufragio que  se preguntan ¿qué vendrá ahora?.

Supongo que más paradojas y puntos a favor, que los hay, y bastantes. Como respetar la belleza del texto de Margarite Yourcenar. Las personas que llevan a cabo las representaciones, en mayor o menor medida, cumplen con transportar a través de sus voces las pasiones de los personajes. Y cuando tal cosa no es posible, el espasmo de sus cuerpos lo consigue.

Paradójicamente son las macizas carnes de Inés Jáuregui las que bailan una demencial gymnopedia y nos convencen con su etéreo baile que ante nosotros se encuentra la inescrupulosa y sensual Viuda Afrodisia, exenta de toda sensación (de culpa, entre ellas) que no sea la que le arroja el placer de la unión con el asesino de su esposo.

La actuación de Inés Jáuregui está casi exenta de toda palabra, baila en el escenario de manera silenciosa pero envuelta en las palabras de Margarite Yourcenar bajo las luces rojas que la envuelven, y la música de Gustavo Villegas. Intenta transmitir con pasos de ballet moderno la antigua y repetida historia de las mujeres culpables de amores irracionales, y esta en particular, quien ama a Kostis el rojo, un bravucón maleante que se convirtió en su amante y en asesino de su esposo, el pope del pueblo. Su baile frenético aprovecha bien la escalera lateral del escenario donde danza como si quisiera hacer el amor al viento que esconde entre los mortíferos peñascos el último suspiro de Kostis, con quién se encontrará luego de una mortífera escapatoria con la cabeza del muerto escondida entre sus intimidades, incapaz de soportar la amargura de la soledad y la rabia de sonreir a los que ajusticiaron a su amado.

Nunca el Tanatos penetró tanto en el Eros en un baile con pasos sin retorno.

Irene Eyzaguirre es la mujer que compone el relato más melancólico de los tres naufragios de la noche. El último amor del Príncipe Genghi. Escogerlo ha sido un gran acierto del director, Frank Dávalos. Llevar uno de los textos más poéticos de Margarite Yourcenar, ha sido todo un desafío. Aún más cuando en el Perú se conoce muy poco de Murasaki Shikibu, la prodigiosa cortesana de la Corte Heian, que se anticipó por cientos de años a la creación de la novela, y más aún, a la novela psiocológica. Yourcenar a través de su prosa recoge la psicología de su personaje y Dávalos deja que esta fluya a través de la perfecta dicción de Irene Eyzaguirre. Una osadía bien recompensada, porque en las intervenciones de Eyzaguirre reposan los momentos más densos y dramáticos de la puesta en escena. Su monólogo da vida a varias personas, con el único apoyo de una frazada y un cuerpo exánime. El del Príncipe que jamás recordará su nombre pese a todas las muestras de amor desprendido que ella entregará.

La historia que recoge Irene Eyzaguirre es la del amor que se ama a sí mismo aunque pareciera entregarse de manera absoluta, ese amor sin esperanza que no pide ser correspondido y que se solaza en si mismo por la profundidad de su entrega. Sólo la conciencia del inaudito sacrificio permite a este amor continuar un día más en su irracional entrega, condenado a la humillación del desdén. Este amor que lo da todo pero que es tan sospechoso de vanidad, muy digno de las santas medievales.

Es paradójico que se inserten canciones brasileñas en el monólogo referido a un personaje emblemático de la nipona Corte Heian del Siglo XIX. Es mejor decirlo así, porque la otra palabra que viene a la mente es menos amable. Si bien la saudade es buena para transmitir melancolía, no es una opción que respeta mucho este cuento Oriental de Yourcenar, y lamentablemente, no permite situarnos en lo que esconde el texto. La sofisticada Corte Heian y su aparato de jerarquías dista mucho de la tropical corte donde campearía una desenfadada Xica da Silva. Esta traición al texto, que puede verse como una graciosa y hasta sutil licencia del Director, me parece un ladrillazo que rompe el cristal de la ilusión que con tanto esmero se logró en la representación. Mi opinión es que es una licencia que no aporta, sino al contrario.

Dentro de las paradojas de la representación se encuentra la presencia de Robert Sifuentes. El programa de mano y las informaciones de los diarios aludían a los naufragios de tres mujeres, está claro que Sifuentes no lo es. Pero su actuación, aunque sea paradójico decirlo, no está fuera de lugar.

Khali es la virtuosa diosa envidiada por los dioses y asesinada por estos, quienes al ver la monstruosidad de su crimen pretendieron repararlo reviviéndola. Con el error lamentable de unir su cabeza decapitada al voluptuoso cuerpo de una prostituta.

La historia de Khali decapitada es una reflexión de Margarite Yourcenar sobre el bien y el mal, la continua lucha entre la tentación y la virtud.  Khali es una diosa de la luz, pero su cuerpo ansía y bebe de la oscuridad y la promiscuidad. El rostro y el espíritu de Khali sufre, mientras gozan sus carnes de placeres abyectos y exultantes.

Franklin Dávalos acomete otra licencia. Poner el texto filosófico de Margarite Yourcenar en el cuerpo de Robert Sifuentes. Con todas las consecuencias sobrevinientes. Porque el mensaje cambia. Ahora es un grito de desarraigo y redención. De traición entre el cuerpo y el espíritu. Nunca mejor dicho que es una mujer dentro del cuerpo de un actor.

La interpretación de Robert Sifuentes aporta algo que no se encontraba en Inés Jáuregui o Irene Eyzaguirre.  Fiereza muy masculina. Su voz gruesa contrasta con el mutismo de la viuda afrodisia y con el doliente último amor del Príncipe Genghi. Pretende ser el espíritu de una mujer pero su cuerpo lo traiciona. Y su rabia la transmite. Sobre todo cuando aparece en cadenas como si fuera una Dominatrix dispuesta a hacer lo suyo en ropas de látex. Convincente en su imperfección, su encuentro con el Sabio se convierte en un llamado a la aceptación y una denuncia a los prejuicios. Supongo que no serán muchos los espectadores que hayan sido sorprendidos. Si es así, el Director logró lo que pretendía.

¿Traición al texto? Supongo que en esta ocasión fue lograda. Aparte que no se trata de una mujer, sino de una divinidad. Caben las segundas interpretaciones e irrealidades. Mejor la llamaremos una licencia interesante.

Si el efecto logrado no es suficiente justificación, pues que lo sea recordar el hecho del lesbianismo de Margarite Yourcenar. No creo que a ella le haya desagradado la interpretación dada a su texto. Y esta, creo, que sería la paradoja final dentro de este artículo referido a una obra teatral que fue representada en una breve temporada y que paradójicamente recomiendo a pesar que ya no hay forma de verla en el escenario.


Escrito por

locomotion

Nadie sabe que Master Locomotion esconde a su alter ego super heroico Amílcar Adolfo Mendoza Luna, Master en Derecho.


Publicado en

peruesunaaldeadechile

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